En un brumoso 25 de mayo la ex presidenta y ex vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner dio un discurso en el llamado “Encuentro de la cultura popular”. Entre críticas esperables al gobierno y al plan de Milei, Cristina no se privó de dejar definiciones que hacen a una readecuación discursiva en general y respecto del rol del Estado en particular. Habló de la importancia de lograr una “nueva estatalidad”. En medio de una ola de despidos y de tenaces luchas como las del Garrahan, una vez más, cargó sobre los empleados estatales.
La semana que pasó tuvo un protagonismo central de la resistencia en general y la de los estatales en particular, con la lucha del Garrahan como estandarte, aunque también hubo acciones de los municipales de Rosario y de Córdoba, trabajadores de la salud vinculados a la atención de personas con discapacidades, etc. En ese contexto tan sensible, Cristina pronunció un discurso que contrariamente a respaldar esas peleas, cargó las tintas sobre la deficiencia en las funciones sociales del Estado.
“Tenemos que replantear el modelo económico que tenemos que proponerle a la sociedad sin prejuicios ni falsos clichés históricos o culturales”, dijo la ex presidenta en el Encuentro de la cultura popular. “Seguir hablando del Estado presente significa no estar acorde con lo que está pasando hoy en la sociedad. Tenemos que volver a ver cómo logramos un Estado eficiente”, agregó. Cristina se detuvo sin ambages a hacer una crítica del “estatismo”, que hasta ayer era el dogma que movió al kirchnerismo en particular y al peronismo en general. Las ventiscas mileístas hacen recalcular los relatos.
Para definir la “Nueva Estatalidad”, según la tituló, y sobre todo para desdeñar la “vieja”, Cristina apeló a un recurso al que (sin que queramos) nos mal acostumbró: responsabilizar a los empleados públicos. O más precisamente: echar la culpa a los estatales de la bronca y el descontento que fue anidando en muchos sectores a los que ese Estado dejaba “a pata” y no precisamente por responsabilidad de sus trabajadores. En su exposición, la ex mandataria consideró que el trabajador privado “siente que el empleado público es un privilegiado”. “Es duro, pero no deja de ser cierto”, agregó, muy en matrimonio con el discurso oficial de Estado actualmente. Y sumó sus habituales palos a las docentes que, según ella, no garantizan la continuidad de las clases. En esa parte del discurso no hubo novedad.
Lo de criticar el “estatismo”, entre otros nudos conceptuales de la ideología oficial de Estado durante los años kirchneristas, como una suerte de feminismo institucionalizado, no es algo raro desde la derrota electoral de 2023. Más bien todo lo contrario. Es un clima bastante extendido desde que ganó Milei entre los que alguna vez usaron al “Estado presente” como mantra inexpugnable.
Lo curioso, quizá, es que ahora la crítica la haga una de las profetas que escribió uno de los testamentos de la “vieja estatalidad”. Un nuevo giro de quien siempre buscó obturar toda crítica o discusión por izquierda, en algunos momentos con “a mi izquierda está la pared” y otras denunciando que hacer esas críticas era “hacerle el juego a la derecha” porque “correte trosko, estamos gobernando”. Un giro de un sector de la dirigencia peronista que cuando hablábamos de la cooptación de distintas organizaciones sociales contestaban atribuyéndole al Estado y al gobierno las victorias que se habían ganado en la calle o que se horrorizaban cuando revindicábamos la experiencia del 2001 porque se trataba de “recomponer las instituciones”.
No deberíamos olvidar ese momento clave, porque la hegemonía de Cristina y el kirchnerismo en parte se basó en saber leer el clima que había dejado el 2001 y en lograr canalizar los movimientos que lo habían impulsado hacia una institucionalización, vaciándolos de fuerza vital y encorsetándolos dentro de ese Estado. Su relato fundacional se nutrió de los discursos de esos movimientos pero con el fin de volver a encausarlos en la orientación de ese Estado y ese régimen que estaban cuestionando. Con el tiempo esa “ministerialización los fue vaciando como herramientas de lucha, algo que la derecha aprovechó para pasar su motosierra años después. Parece que para Cristina también es la hora de aprovechar y tirarlos por la borda. Algo de esto ya veníamos discutiendo en notas anteriores, como la que dejamos a continuación.
Muchas veces se dice como un elogio algo que en realidad expresa la ausencia de principios firmes: “el peronismo se adapta muy bien a los climas de época”. Así fue un dinamitador del Estado durante el menemismo, del que los Kirchner fueron parte activa aunque algunos hagan esfuerzos en que no se note. Luego de la crisis del “modelo menemista” (continuado por De la Rúa), el peronismo fue forzosamente estatista, como vía se encauzar el rio de lava que fue el 2001, tal como mencionamos arriba. Ahora parece que el “clima de época” dicta bajarse de eso y adaptarse al relato del “topo” que viene a destruir el Estado desde adentro. Ese zigzag dio a luz la “nueva estatalidad” de Cristina.
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Estatalidad con goteras y triunfo de Milei
Hay un deporte muy común desde que ganó Milei. Es el ejercicio de decir que si Milei ganó, debe ser porque algo de lo que dice y lo que critica debe ser cierto, sino no hubiera “conectado” con un sector de la población. Un “por algo será” político electoral. Los mismos que durante años y años defendieron y teorizaron sobre el carácter mágico del Estado, incluso imaginando un fantasmal Antonio Gramsci para el que el Estado sería una serie de espacios neutrales para ser ocupados y usados al servicio del bien popular, ahora miran con desdén y desconfianza al maltrecho Estado castigado por Milei.
Pero por algún motivo, la búsqueda del tesoro para entender el por qué de la emergencia de la ultra derecha nunca es por izquierda, nunca parte de asumir que, quizá, esa salud y esa educación no funcionaban tan bien por falta de presupuesto, que quizás no se fue demasiado lejos en pensar las causas de la desigualdad, del hambre, para cuestionarlas. Tampoco se parte de asumir que ellos como conducción del Estado generaron las causas de la desafección de su otrora base social. Siempre se parte de asumir que algunos de los argumentos más arcaicos de Milei “conectaron” con un sector de “la gente” no por su crítica al estado de situación sino por la respuesta reaccionaria que recibió.
Así, es epidemia el argumento de que se hizo “mucho feminismo”, de que se “boludeó” demasiado con los temas de género, o progresistas en general. Que esas banderas, que para ellos son artificiales, metieron cuñas en un espectral pueblo que imaginan harto de esas minucias divisionistas. Sobre esa premisa, que vaya a saber uno dónde la comprobaron, se montaron los Guillermo Moreno, una cordillera de streams y, también, dirigentes como Juan Grabois para el que, en honor a la verdad, todo feminismo siempre fue “mucho feminismo”.
Así, se validó un apotegma de Milei como correcto y como propio. Algo similar sucedió con el “ecologismo”. Alberto ganó con un spot que hablaba de votar la “Ley de Humedales ¡Ya!” pero bajo su gobierno el conjunto de la bancada peronista, con módicas excepciones, la boicoteó a pedido del lobby agrícola, ganadero y minero. En consecuencia, luego vimos a muchos progresistas echar lastre y salir de los clósets explicando con madurez impostada que la defensa del ambiente y de los bienes comunes naturales era poco menos que una tontería. De progresistas se volvieron realistas “crecimentistas”, minería friendly. Así se asumió como propio otro precepto mileísta: que todo desarrollo sustentable, industrial, basado en las necesidades populares y en armonía con el medio ambiente, es irreal e indeseable. Solo queda asumir el rol marginal que el imperialismo otorga a Argentina en el concierto de las naciones: el de proveer gas, vacas, litio y pesca. Poco más que la góndola de verduras de una cadena de supermercados mundial.
Otro de los temas que se convalidó a Milei es el de que hay que “renovar” las relaciones laborales. Milei dice sin tapujos que hay que hacer una reforma laboral para abaratar el precio de la mano de obra y quitar derechos. Cristina ahora admite que hay que hacer una actualización laboral, lo que en un pub de Palermo sería “reforma laboral con timbal de papas smasheadas sobre un colchón de hojas verdes”. Reforma laboral pero dicho en complicado, porque no está cuestionando que la jornada laboral tiene que ser actualizada pero para reducirla. No, los cambios tecnológicos se usan para flexibilizar los derechos y nunca para aumentarlos.
Como tratamos de ver acá, algo similar ocurrió con el relato sobre el rol del Estado, antigua espada argumentativa del kirchnerismo tardío que ahora está puesta en cuestión. Los paladines de “El Estado te salva” ahora pasan a ser los adalides de “los estatales nos hunden”, y así cargan las tintas en la ineficiencia de un Estado causada solo por el rol de sus empleados.
Margaret Thatcher decía que su principal éxito eran Tony Blair y el Nuevo Laborismo, porque eran opositores que hablaban el idioma impuesto por ella a sangre y fuego. En estas cosas, parece que ese apotegma aplica a la dirigencia peronista.
El Estado éramos todos, pero la culpable es Olga, la recepcionista del PAMI}
“En esa motosierra se identificaba el tipo que fue a una oficina a buscar una solución, un trámite. Lo boludearon durante 20 horas, 30 empleados. Nadie le solucionaba nada y se fue puteando de ahí (…). Se identificaba con esa motosierra el que fue al hospital a buscar un turno y o no lo atendieron o se lo dieron dentro de tres meses (…). Se identificaba el que no puede pagar la cuota de un colegio privado al hijo y entonces lo tiene que mandar al público. Y como lo manda al público tiene clase dos por tres porque le falta el profesor o le falta la maestra”.
Esa frase no es parte del discurso de Macri cuando afirmó afligido que la población “caía” en la educación pública, como si fuera una lamentable tragedia social. Tampoco es Gasalla burlándose de la atención en oficinas públicas cuando la administración pública estaba en la mira telescópica del rifle menemista (digamos todo). No. Esas frases son parte del discurso de Cristina en el Día de la Patria.
Cristina busca una responsabilidad y, extrañamente coincidente con Milei, pega sobre los empleados, las enfermeras, las maestras, los trabajadores y las trabajadores. Alguien absolutamente carente de cualquier clase de autocrítica apunta a los eslabones más débiles para cargar responsabilidades. Autocriticar a otros siempre es más sencillo, sobre todo si están abajo tuyo.
El Estado que le dio la espalda a ese ciudadano que se volteó y miró a Milei no fue Olga la recepcionista del PAMI, ni esa extenuada enfermera del Hospital Posadas. Fueron las autoridades de ANSES apelando los fallos Badaro para no pagar los aumentos correspondientes, especulando con que los jubilados querellantes mueran antes de poder cobrar lo correspondiente. Fue el desfinanciamiento brutal de las escuelas, que llevaron a explosiones como las que mataron a Sandra y Rubén. El vaciamiento de los hospitales, al cual le pusieron la espalda las médicas y enfermeros, como los que hoy reclaman en el Garrahan.
Las docentes, tan castigadas en los discursos cristinistas, ponen día día alma y cuerpo para sustentar la decadencia edilicia y presupuestaria de la educación pública. Pero no solamente. También son un nexo desgastado con las familias sobre las que cae como un mazazo las consecuencias de la crisis social, con toda una creciente secuela de impactos físicos y en la salud mental de las docentes. ¿O Cristina pensará que el ausentismo es una mera muestra de egoísmo social y que, como dijo Juan Grabois, son traidores a la patria peor que los de esta derecha gobernante?
Un aspecto de la degradación del Estado, que explica que sea cuestionado por millones (más allá de la utilización demagógica que hizo la derecha) fue la corrupción endémica, el acomodo en obras públicas, la promoción de empresarios viles como Cirigliano (el responsable en la masacre de Once) y miles de formas de abonar desde el vértice mismo del Poder Ejecutivo, la idea de un Estado ineficiente, corrupto y partícipe en crímenes sociales. Se puede y se debe cuestionar que la Justicia y la derecha hagan un uso pérfido de “los bolsos de López”. Pero: ¿se puede preguntar qué fueron esos bolsos? ¿Se puede preguntar si esos hechos, reproducidos al infinito por los medios de prensa, tuvieron impacto en la subjetividad de las masas para desprestigiar a la “vieja estatalidad”? Que el el lawfare efectivamente existe es algo que la izquierda, o al menos el PTS, no duda. ¿Pero existió ninguna responsabilidad política? ¿Se trató de un “loco suelto” que había acumulado dólares?
Al mismo tiempo que se hicieron negocios personales y de grupos empresarios desde la cúspide de un Estado en decadencia, se postergaron obras que podrían haber evitado muertes y destrucción, como las recientes inundaciones en Bahía Blanca y Zárate.
Ahí, en esos procesos que ocurrieron a ojos vista, se consolidaba un “Estado ineficiente”, y no gracias al rol de los empleados. Para peor, las modalidades de contrataciones de los empleados que ahora Cristina denosta, siempre fueron precarias, lo cual fue de inestimable ayuda para que Milei pueda echarlos sin contradicciones legales, incluidos trabajadores con dos décadas de “contratos eventuales”. La precarización fue generalizada en los 16 años de gobiernos kirchneristas y eso es de gran importancia para la ineficacia de un Estado.
Estado y pandemia en el “cuarto gobierno kirchnerista”
Durante la pandemia, en el que los millonarios se hicieron multimillonarios mientras los trabajadores esenciales morían por el virus del COVID, el Estado facilitó cada permiso para que las empresas sigan teniendo ganancias, mientras que sostuvo un fuego punitivo que cayó sobre los trabajadores informales y los sectores populares. Un vendedor de churros, pongamos por caso, debía quedarse en su casa y le salía rechazado el IFE porque sus padres (con los que no vivía) tenían un magro ingreso jubilatorio, mientras el CEO de una multinacional ponía play a su empresa desde su departamento en Nueva York. Ahí el Estado le daba la espalda a enormes mayorías populares.
En paralelo, ese mismísimo Estado, con Alberto como mariscal, combinaba tonos paternalistas con retos con pretensión de estadista, para reclamar a una población sin ingreso fijo ni vivienda digna que “se quede en casa”. Ahí el Estado fue dejando de “conectar” con buena parte de los ciudadanos de pie. Cuando saltó que el jefe de Estado acomodaba amigos en la cola de vacunación o directamente organizaba festejos, no había más nada que explicar. El Estado que te salva apareció ante millones como un monstruo indeseable.
Como teatro de todo aquello, en el “cuarto gobierno kirchnerista” ocurrieron cosas cada vez más patéticas: peleas inexplicables entre presidente y vice, sectores del peronismo que se apoderaban de las instituciones del Estado (PAMI, ANSES, AFIP) como si fueran botines de una guerra, mientras el país se subordinaba más y más al FMI y las condiciones de vida empeoraban. Milei comió de eso con cuchillo y tenedor, sin disimulo.
La etapa superior de eso fue la campaña electoral del 2023: para militar a un ministro de economía que era la cara de un ajuste feroz y la personificación viva del político profesional advenedizo, una militancia desentusiasmada usaba al Estado como ariete amenazante: “El Loco o el Estado que te cuida”, le decían a gente que no veía mal “al Loco” y que no sentía que el Estado los cuidara.
La personificación para nada gratuita que hace Cristina al poner a los trabajadores como responsables de un Estado ineficiente es artera y brutalmente funcional al ajuste que hace Milei, con miles de despidos en los sitios de la memoria, en el Bonaparte, en ANSES, en AFIP, en PAMI, en los ministerios, etc. La omisión al desfinanciamiento estatal, es lamentable. La inexistencia a toda mención crítica del rol que tuvo el peronismo, ella incluida, como conducción del Estado durante 16 años, para explicar la distancia generada con el ciudadano de pie, diríamos que es inexplicable. Pero a decir verdad ya nos tiene acostumbrados. Pero no, la responsabilidad no es de Haydeé, la de la mesa de entrada de la AFIP. La responsabilidad es de Cristina, de Alberto, las conducciones de organismos plagados de amigos del poder de turno y cada una de las políticas acá señaladas.
¿Un Estado que cogestione con los cascarudos invasores?
Como ejemplo de lo que sí se puede hacer desde el Estado, Cristina Cristina Kirchner puso como ejemplo a El Eternauta. Contó que “durante tanto tiempo se quiso llevar a cabo y no se podía” porque “la familia exigía, y muy bien, que fuera hecha aquí en la Argentina, con lenguaje argentino, que se respetara la idiosincrasia”. Linda pelea la de la familia Oesterheld.
Pero Cristina continuó: “Lo consiguió de una plataforma internacional, Netflix, uno de los gigantes. Quiere decir que, cuando uno tiene algo para ofrecer que vale, que tiene valor, el inversor es extranjero pero no es estúpido”. Hay ahí una apología de una política de colaboración, aunque con el Estado nacional en posición de mando, con el imperialismo. En el momento en el que un sector de la población saca la oxigenante conclusión de que “Nadie se salva solo”, apuntando a lazos solidarios, de colaboración, de resolución colectiva lo contrario al imperio del individualismo libertario, Cristina busca la cogestión con nuestros verdugos. ¿Qué es lo que “vale”, que “tiene valor” y que tenemos “para ofrecer”? Sobrevuela la metáfora de Massa de que Argentina es una torta con recursos para “ofrecer” a las multinacionales, donde a lo sumo se les puede suplicar que dejen alguna regalía más que con Milei, mientras arrasan nuestro suelo. Ni siquiera es en pos de un desarrollo independiente del país, es para pagar la deuda externa y eterna. Nos arriesgamos a decir: eso es una utopía que es indeseable, que ya fracasó y, dicho sea de paso, hizo naufragar el gobierno suyo y de Alberto Fernández.
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Salgamos del cine y miremos la foto más grande. La idea de que se puede gestionar una economía en un país dependiente y oprimido como Argentina plantándose y negociando las condiciones frente al imperialismo desde el Estado, está en la base de la decadencia que fue experimentando el kirchnerismo desde 2003 hasta 2023. Bah, en realidad, es el sustento de la crisis del peronismo desde su primera fundación. Como explica Trotsky en sus escritos sobre Latinoamérica, solo en condiciones excepcionales (como la posguerra) puede generar condiciones para que la burguesía nacional de un país atrasado o semicolonial pueda pivotear o arbitrar entre el imperialismo y la relativamente robusta clase trabajadora local. Él llamó a esa clase de fenómenos “bonapartismo sui generis”. Pretender que esa excepcionalidad se perpetúe como norma, es utópico: la burguesía, finalmente, no solo fue cobarde para pensar un proyecto de país independiente sino que su única apuesta es ser socia menor en el saqueo del imperialismo.
A la salida de la convertibilidad, con una devaluación feroz, con la pesificación de los ahorros de la clase media y con un rebote económico que encastró a la producción agrícola argentina con el boom de China, permitió que Argentina experimente un crecimiento extraordinario, a tasas altísimas. Eso generó una gran entrada de divisas, que estaba en la base, por ejemplo, del desendeudamiento que impulsó Néstor Kirchner.
Surfeando sobre esa excepcionalidad histórica, el kirchnerismo coqueteó con la idea de diseñar una nueva burguesía nacional que impulse un proyecto nacional de mayor regateo imperial, otorgando a su vez un nivel de concesiones desconocido en la década menemista y sus secuelas.
De fondo estaban los gobiernos que surgieron después de la oleada de ofensiva neoliberal: Lula, Chávez, Mujica, cumbre del ALCA, su ruta. Esa aspiración fue breve, por los motivos antedichos, pero además trunca. Aún en el momento autopercibido dorado del kirchnerismo, la ilusión “nacionalista”, no llegó más allá de tener algunas ramas de industria liviana apalancadas desde el Estado con subsidios, siendo la soja y la extracción petrolera la vieja y confiable base de una economía de subordinación nacional. Nunca hubo un planteo de emancipación ni mucho menos, para lo cual hay que tomar medidas antiimperialistas y de independencia nacional que el kirchnerismo nunca estuvo en condiciones ni en deseos de tomar, más allá del espantajo chavista que trataron de instalar Clarín y otros grupos, para moderar las aspiraciones sobre todo del propio cristinismo.
Si la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa, el gobierno de Alberto fue el after resacoso de esa farsa. No pudo ni se animó a tocar ni siquiera a los estafadores y lúmpenes de Vicentin. Pero ahí no solo se vio la crisis de Alberto: también se vio la de la propia Cristina. Cuando hubo que tomar una decisión frente a la deuda macrista, Alberto rompió la promesa electoral de no avalarla y colaboró su grano de arena en el mapa del sojuzgamiento nacional.
Pero Cristina no fue una alternativa. Escribió mil cartas, publicó cien ataques a Alberto, le dijo malo al FMI: pero al momento de votar en el Congreso, garantizó que no haya sobresaltos. Actuó con “responsabilidad institucional”, como se dice ahora. Máximo renunció como jefe de los diputados oficialistas para que no suceda que el líder parlamentario vote contra su propio presidente e Itai Hagman, de la corriente de Juan Grabois, renunció a la comisión parlamentaria para que la sesión no caiga. El peronismo de conjunto fue cómplice, como autor directo o como partícipe necesario, según la fracción, de la sumisión al FMI.
Ahora volvamos a la sustancia de este artículo: hablar de la “ineficiencia” del Estado en un país arrasado por esta sumisión al imperialismo, no mencionar ese saqueo estructural que implica el FMI, pero sí cargar las tintas contra los empleados que ponen la cara en un Estado devastado, solo se explica porque se naturaliza ese rol del imperialismo como inexorable, porque se tiene mucha tirria contra esos trabajadores o por una combinación de ambas cosas.
Cristina escribirá documentos, atacará a Milei en tuits con letras mayúsculas y denostará al FMI en quichicientos discursos. Pero no se propone romper con el Fondo ni tomar medidas de emancipación nacional inevitables, como no lo hizo seriamente ningún gobierno de nuestra postrada burguesía nacional. Y no fue por falta de poder, como bien señala Mariano Schuster en un debate en Futurock.
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Fue por falta de voluntad, de ganas, de coraje o todo junto. Esa aspiradora perpetua de recursos que es el FMI es la base de la degradación estatal, aunque Cristina patee la base de la pirámide. El ejemplo de los jubilados, pisoteados desde la dictadura hasta hoy, con gobiernos que modifican la fórmula a piacere para pagarles menos, confirma esa norma. Que Cristina haya vetado un limitado 82% porque “no cerraban las cuentas” mostró “el techo”. Del mismo modo, toda la bancada del peronismo votando una nueva fórmula de movilidad que volvía a manotearle plata a los jubilados apenas asumió Alberto, mostró desde el inicio la verdadera orientación de quienes decían “volver mejores”.
Estado eficiente, lucha de clases y extinción del Estado
Desde el inicio del gobierno de Milei los estatales y las docentes dieron la lucha contra “la motosierra”, contra los despidos en el Estado y el desmantelamiento de áreas y secretarías que daban a duras penas respuestas mínimas a conquistas de los movimientos de la clase trabajadora, las mujeres y la juventud. Milei quiere ahorrar en trabajadores pero también desarticular políticas que expresan conquistas de luchas en la calle y que, muchas veces, respaldan mínimamente las situaciones de los sectores más vulnerables y golpeados de la población. Los trabajadores y las trabajadoras del Garrahan, entre otros ejemplos como antes el Posadas, defienden sus propios derechos al mismo tiempo que defienden un derecho y una conquista del conjunto del pueblo trabajador: una salud pública de calidad.
Las trabajadoras de áreas de género, los de los espacios de la memoria, los trabajadores y las trabajadoras de la salud pública estuvieron y están al frente de enfrentar los ataques del gobierno liberticida. Esas luchas es importante apoyarlas y coordinarlas, y que confluyan con las peleas que empiezan a dar trabajadores del ámbito privado y otros sectores del Estado, como las docentes de Catamarca, los choferes, los metalúrgicos fueguinos, los municipales de Rosario o Córdoba, además, claro, de los jubilados. En esas peleas se cocina la perspectiva de lograr una huelga general, lo contrario de lo que dice la conducción de la CGT que desde su sillones de espuma de alta densidad decretan que “no hay clima” para un paro general. Pero subrayemos: los estatales son uno de los blancos centrales del gobierno de Milei, por lo que resultan más desafortunadas las expresiones de Cristina.
Es mentira que Milei quiere un Estado eficiente. Todo lo contrario: al poner el ahorro fiscal como tabla sagrada, solamente puede hacer un Estado decadente con cada vez menos y peores hospitales, con escuelas que literalmente se caen a pedazos, con rutas agujereadas, con un dispositivo científico vaciado, desfinanciado y abandonado, como reclaman sus trabajadores actualmente, apelando a la estética de El Eternauta. Ominosas tragedias se avizoran en el horizonte con un Estado que no se hace cargo de ninguna otra función que no sea juntar dólares para pagar al FMI y, de paso, generar condiciones usurarias para empresarios saqueadores.
Basado en un legado estatal del que, como puede verse acá, no somos defensores sino críticos, Milei malversó la idea de “casta” para atacar a los empleados públicos, mientras negociaba y compraba funcionarios y legisladores de esa casta política para aplicar sus planes de saqueo y ataque a trabajadores y jubilados. La casta para Milei no fue la camada de Scioli, Francos, Kueider y otros cientos de colaboradores o participantes peronistas, radicales o macristas, sino los mismos empleados públicos que señala Cristina para tratar de acercarse, por el peor camino, a los enojados votantes que perdió el peronismo que, según ella, “no quieren volver con nosotros”.
Por eso así como bajo la dictadura y bajo el menemismo la búsqueda del santo grial del “Estado eficiente” fue un taparrabos para ocultar el saqueo estatal en manos de monopolios imperialistas, con Milei es eso mismo pero en versión Mad Max.
Cristina adoptando la idea del “Estado eficiente” ya de por sí acepta los términos de la discusión neoliberal y borra la pregunta más simple ¿eficiente para qué objetivos? ¿Eficiente para que el capital avance con menos límites para la explotación de nuestra fuerza de trabajo y bienes comunes o eficientes para apuntar a la resolución de las grandes problemáticas populares?
Como señala Pierre Dardot en “La opción por la guerra civil”, fue Thatcher y la ofensiva neoliberal la que también logró instalar la necesidad de achicar y hacer “eficiente” un “megaestado artificial”. Aquí eso lo vimos con el menemismo. Se despolitizó la economía y la idea de la “eficiencia” para ocultar una orientación apuntada a fortalecer la disciplina del mercado.
En todo caso es necesario politizar la idea de la “eficiencia” y de la orientación de la economía, poniendo en el eje un objetivo que apunte al bienestar de la mayoría de la población y la democratización de las decisiones. La idea de un «Estado eficiente», en este sentido, sólo es posible de conquistar si los propios trabajadores estatales (docentes, salud, administración, etc) se organizan, dirigen las instituciones y discuten y planifican junto a toda la clase trabajadora y el pueblo una administración que no esté en función de gestionar el ajuste y de aplicar políticas de migajas en función de respetar la decadencia que nos impone el régimen del FMI. Es decir, un Estado de los trabajadores, que apunte a la resolución íntegra de las grandes necesidades populares, para lo cual es condición necesaria sacudirse la tutela imperial.
Si grandes asambleas de representantes de trabajadores y los mal llamados usuarios o beneficiarios de las grandes instituciones públicas discutieran democráticamente cómo gestionarlas, seguramente se priorizaría mejorar los haberes jubilatorios en lugar de especular financieramente con la plata del Fondo de Garantía de Sustentabilidad, se discutiría en contra de hacer blanqueos del ARCA a los jugadores seriales o se invertiría para que el PAMI no sea un depósito de viejos sino una verdadera obra social de calidad para jubilados y pensionados. Todo lo contrario de lo que ocurre bajo gobiernos capitalistas de todos los pelajes.
Un Estado eficiente que respalde las demandas y necesidades de las grandes mayorías populares, en última instancia, necesariamente sería un Estado en lucha internacional contra el capital financiero y las grandes empresas y sus estados imperialistas, y que busque la unidad con los trabajadores y las trabajadoras de otros países que sufren la misma postración imperialista.
Pero por sobre todas las cosas, un Estado así implicaría atravesar una transición hacia una sociedad de tipo socialista, que implicaría terminar con la propiedad privada, que es la base de la anarquía capitalista, y avanzar hacia la socialización de los medios de producción, base de una economía dirigida democráticamente por las mayorías laboriosas y planificadas racionalmente, al contrario de lo que sucede actualmente bajo el capitalismo. Eso solo es posible fomentando al máximo la participación de la mayoría social, donde al contrario de una “casta” separada y con privilegios sociales, la política sería ejercida cotidianamente en consedos democráticos donde participen, en última instancia, todos: todos en algún momento serían funcionarios. De ese modo, no se necesitará del gran aparato actual, con su burocracia, sus fuerzas armadas, su Justicia y un Parlamento separados, etc., sino que reduciría al mínimo el Estado hasta convertirlo en una organización democrática.
Contra todo lo que dice Milei y la derecha a nivel mundial, somos los socialistas los verdaderos libertarios y los que no hacemos una adoración estatal sino que sabemos que una sociedad que avance sobre la opresión clasista, carecería cada vez más de un aparato de dominación estatal.
Este horizonte puede sonar ambicioso, sí. Pero realmente es necesario que los trabajadores y las trabajadoras, junto a las mujeres, los jubilados, los jóvenes y los colectivos LGTBIQ+, las minorías raciales, etc., como parte de la lucha cotidiana en defensa de sus justas demandas, comiencen a elaborar, pensar y levantar el horizonte por el que luchar estratégicamente. Hay que elevar el piso de nuestras aspiraciones. Sino solo queda tratar de que la derecha y los capitalistas no avancen, tratando de hablar su lenguaje. Eso solo lleva a nuevas frustraciones.
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Octavio Crivaro
@OctavioCrivaro
Sociólogo, referente del PTS y el Frente de Izquierda Unidad de Santa Fe
Patricio del Corro
@Patriciodc
Sociólogo, dirigente nacional del PTS y legislador MC de CABA por el FIT-U