La veo bailar en el balcón y me digo que todavía no asimila el significado de lo ocurrido. Pero ya está. La Corte Suprema dio su última palabra. Ya no es necesario desmentir la mentira del relato. Fueron veinte años resistiendo el embate de una ficción que se sostuvo desde el mismo centro del poder. Una ficción que caló hondo y consiguió que tantos, cínicos o ingenuos, decidieran negar lo evidente. Pero la Justicia habló en última instancia y con su fallo puso fin al engaño del lawfare. Al dejar firme la condena a seis años de prisión contra Cristina Kirchner en la causa Vialidad, la Corte restituyó una esperanza: la de un país en el que la gente se pueda mirar a los ojos. Actuar de otro modo hubiera sido condenar a los argentinos a vivir en la alienación del relato después de haber sido testigos del saqueo a través de imágenes de voltaje pornográfico.
Muchos ven en la condena a la expresidenta un punto de inflexión. Un hecho, inédito en nuestra democracia, que acaso abre camino hacia la recuperación plena de la república. Ojalá sea así, pero el futuro no está escrito. Prefiero pensar que la consecuencia esencial de este fallo ya se produjo. Eso me basta, porque creo que era condición necesaria para poder seguir adelante. Hablo de la restitución de la verdad. Diez jueces y seis fiscales consideraron que había prueba suficiente como para confirmar, en tres instancias, que los gobiernos de Cristina y Néstor Kirchner saquearon paciente y metódicamente al Estado durante doce años. El resultado de tanta perseverancia se estimó en un perjuicio de 84.000 millones de pesos a lo largo de 51 obras públicas viales amañadas en Santa Cruz, desde que Kirchner transformó un empleado bancario en empresario hasta que Cristina dio la orden de “limpiar todo” tras perder las elecciones. Ya habíamos visto los bolsos, las monjitas armadas, el conteo etílico de dólares, las vinotecas de doble fondo, los mausoleos dudosos. El fiscal Diego Luciani reunió la prueba y la expuso de tal modo que no dejó resquicio para la mentira. Y los jueces fallaron en consecuencia.
Los dirigentes peronistas apelan a una mística desteñida para defender a una líder condenada que en su momento de gloria exigió de ellos una sumisión inédita
Quien busque la concepción del Estado de los Kirchner no la encontrará en la teoría política, sino en los expedientes judiciales. Falta el avance de las causas Cuadernos y Hotesur, pero basta con la de Vialidad para comprobar cuál era la prioridad de la gestión kirchnerista. Lo denunció Elisa Carrió en 2008 y lo refrendó Luciani: aquello fue menos un gobierno que una asociación ilícita consagrada al latrocinio. La escena aquella de un Néstor gobernador extasiado ante la consistencia de una caja fuerte resultó un anticipo de lo que vendría.
A pesar de todo, el peronismo llama a “resistir” contra la “proscripción” de quien usó al partido como escudo y lo llevó al descrédito. También, antes, al festín del poder. Sus dirigentes apelan a una mística desteñida para defender a una líder que en su momento de gloria exigió de ellos una sumisión inédita, correspondida hasta el extremo de la humillación (todo sea por seguir mojando el pan en el plato). Y ahí están ahora los viejos compañeros, enfrentando a los “poderes concentrados” al lado de una líder condenada de cuyo lastre no han sabido deshacerse. Harán un culto épico de la lealtad… hasta que la abandonen por otro jefe que pueda asegurarles su lugar en el banquete. Hoy el peronismo flota a la espera de un madero del que aferrarse para soltar aquel que aún lo sostiene sin irse a pique en el trámite.
¿Cederá la polarización cuando baje la espuma y la creadora de la grieta deje el centro de la escena? ¿O, por el contrario, aun eclipsado uno de los extremos del odio seguiremos alimentando el engaño que nos tiene entrampados? Quizá advirtamos por fin que la confrontación de ideologías impuesta desde uno y otro extremo, asumida alegremente por la opinión pública, es falsa. No se trata de derechas o izquierdas. La verdadera guerra que se libra en las democracias occidentales, nuestro país incluido, se da entre un liberalismo político en baja, que no se defiende lo suficiente, y un autoritarismo iliberal avasallante, es decir, entre razón y mala emoción, entre república y populismo. Y si la historia, como dicen, no da marcha atrás, habrá que inventar algo nuevo, algo que preserve los principios de universalidad, de autonomía y de tolerancia que hoy se apagan ante la marea tóxica de un miedo hobbesiano que, transmutado en odio, busca refugio en líderes megalómanos que lo estimulan.
Mientras, ajena al significado de la sentencia, ella baila en el balcón al ritmo de los cánticos que suben de la calle. Su personalidad negadora, presumo, todavía no le ha permitido comprender su verdadero papel en la escena. Como acaso tampoco comprendió del todo, o no quiso entender, lo que significó su decisión de mantener en actividad la maquinaria de corrupción que montó su marido. Cuando, sola y abandonada por un peronismo que se abrazará a un nuevo líder, acabe por entenderlo, se habrá consumado en ella la tragedia. En una dimensión social y política, la tragedia ya se consumó. Y la sufrió todo un país. La sufre. Porque estamos parados sobre la tierra yerma que los Kirchner dejaron tras quitarle lo que se llevaron.