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sábado, julio 26, 2025

A 45 años de Back in Black de AC/DC, un disco de duelo y rodeado de fantasmas por la muerte del cantante Bon Scott

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Lo primero que hace 45 años escuchó quien compró Back in Black, el séptimo álbum de AC/DC, fue una serie de campanadas que se disputan el factor ominoso con los cuatro campanazos fúnebres con las que John Lennon había abierto Plastic Ono Band diez años antes.

Con esas “campanadas del infierno” -una campana de 900 kilos, construida en la ciudad inglesa de Loughborough expresamente para la grabación – AC/DC se estaba despidiendo de su legendario cantante Bon Scott, la voz del grupo desde 1974.

La tapa del clásico «Back in black» de AC/DC.

“Estoy en una autopista al infierno” había cantado Scott apenas un año antes, en el tema que titulaba Highway to Hell. Vaya uno a saber dónde estará hoy. Lo cierto es que el 15 de febrero de 1980 se juntó con los hermanos Malcom (guitarra rítmica) y Angus Young (líder) a trabajar en ideas para un nuevo disco. Ese día, teniendo experiencia como baterista, Bon se sentó a los parches, lo que liberaba a los dos hermanos de tener que alternarse en esa tarea.

Una de esas canciones se titularía Have a Drink on Me (Te invito un trago). Irónicamente, cuatro días después, Bon Scott tuvo su última curda: fue encontrado muerto dentro de un Renault 5 donde había sido dejado toda la noche, ahogado en su vómito.

AC/DC con Bon Scott. Foto de prensa

El comunicado de prensa del sello Atlantic Records es increíble, porque parece que estuvieran despidiendo, más que a un ser humano, a un personaje en una serie de televisión:

“La historias de sus excesos sexuales y alcohólicos son legión y la parte de su enorme correo de fans que no involucraba tentadoras ofertas de jóvenes fans femeninos invariablemente lo retaban por ‘llevar al pobre Angus por el mal camino´. Tristemente, Bon no está más con nosotros después de que trágicamente dio un paso demasiado lejos en uno de sus notorias seguidillas de escabio. Pero si hay una migaja de confort para ser hallada en tan innecesaria y prematura muerte, es que Bon se fue de la manera en que hubiera elegido (…)”.

Morir en su ley y toda esa estupidez: seguramente la familia se sintió muy reconfortada.

Cómo seguir adelante

AC/DC podía continuar con el disco en ciernes o pasar a retiro. “¡Estábamos tan deprimidos!”, recordaría Angus. “Sólo caminábamos en silencio. Porque no había nada. Nada”.

La formación de AC/DC con Bon Scott. Foto de prensa

Según Malcom, la familia Scott los alentó a seguir. Al terminar el funeral, el padre de Bon les dijo: “Tienen que encontrar a alguien más, y ustedes lo saben. Hagan lo que hagan, no paren”. Malcom le pidió a Angus que se juntasen a seguir componiendo. E hicieron Back in Black.

Ya tenían el productor desde el álbum pasado: Robert John “Mutt” Lange, uno de los tipos más meticulosos que se han encontrado detrás de una consola. En el futuro, llegaría a cosas como hacer que los guitarristas de Def Leppard grabasen un acorde de una cuerda a la vez.

Los Young y Lange comenzaron a audicionar cantantes. Sabían que no podían conseguir una figura moldeada en una estrella del hard rock del estilo de David Coverdale, de Whitesnake, por ejemplo, reconoció Malcom.

Los cassettes de postulantes se iban acumulando, y por un momento parecía que el puesto iba a caer en la garganta de Allen Fryer, que tenía la bendición de dos figuras pivotales en la historia del grupo como Harry Vanda y el hermano mayor George Young, ambos productores de sus primeros discos. Hasta que alguien mencionó al cantante de un grupo de módico éxito llamado Geordie: Brian Johnson. Pero antes, su nombre ya había estado en boca de Bon Scott.

Brian Johnson había compartido fecha con Fraternity, una banda que tuvo Bon Scott antes de entrar en AC/DC (los primeros dos singles del grupo tuvieron otro cantante: Dave Evans). Les habló a los Young de una voz en el estilo de Little Richard.

Brian Johnson y Angus Young, dos de los integrantes de la legendaria banda de hard rock AC/DC, durante una actuación en 2015 en España. Foto EFE

Scott estaba impresionado porque Johnson rodaba por el piso, gritando, hasta que en el final se lo llevaron en silla de ruedas. ¿Una extravagante puesta en escena? No: apendicitis.

Malcom Young recordaba que en la primera audición, Johnson estaba tan apesadumbrado como ellos. Pero los hizo sonreír con un par de temas, incluido su interpretación de Whole Lotta Rosie. Un siguiente ensayo fue la confirmación: a los 32, era el nuevo cantante de AC/DC.

La grabación

Fueron a grabar a las Bahamas, en los estudios Compass Point, entre abril y mayo. Muchas letras surgían entre los hermanos y Johnson en medio de la noche, mezclando ron con leche de coco.

No todo era idílico: temporales, inundaciones, cortes de luz; robos incluso. Al menos no los mataron como a algunos turistas.

Brian Johnson en vivo en River, 2009. Foto: Martin Bonetto

El disco, bastante directo, muy atento al detalle, pero para nada sobreproducido fue mezclado en New York en Electric Ladyland, el estudio creado por Jimi Hendrix, donde tres años después Charly García haría Clics modernos.

El truco del ingeniero de grabación Tony Platt era mezclar en mono como referencia, sólo para tener en claro la relación de cada elemento entre sí.

El nuevo disco funcionaría como una elegía, en imagen (el negro de portada en señal de duelo, originalmente resistido por la compañía hasta que la banda aceptó incluir su nombre y título en relieve gris) y con una actitud en las canciones con pocas indicaciones de duelo (Hell’s Bells, Back in Black: por bosquejos de ambas también habría pasado Scott a la batería).

Pese al negro, el álbum es una celebración más que una elegía. Por lo demás, el menú fijo de los australianos: metáforas sexuales discernibles para estudiantes secundarios, más una de las contadísimas muestras de un corazoncito pop en los hermanos –You Shook Me All Night Long– y alguna gran declaración sobre el rock como credo: Rock and Roll Ain’t Noise Pollution; el rock and roll no es contaminación sonora. AC/DC siempre fue más de lo mismo, ¡pero qué mismo!

Su sonido es tan elemental y a la vez personal que cualquier banda que intente seguirlo queda, en el mejor de los casos, como muy influenciada, y en el peor, como una mera copia. Básicamente, una guitarra inicia un riff, la otra lo contesta o replica en otra posición (apreciado particularmente en estéreo en discos como este); el bajo va a tierra con la batería.

Scott tenía una ronquera de whisky escocés; Johnson progresivamente sonaría más y más como uñas contra un pizarrón, pero extrañamente el efecto es el de un continuum. Y es por eso que hoy siguen, muerto Malcolm, con un sobrino de ellos reemplazándolo.

Back in Black es una máquina de generar records que debe desconcertar hasta a sus propios creadores. Unos 50 millones de unidades vendidas al día de hoy; el segundo álbum con más ventas detrás de Thriller; el disco más vendido en Estados Unidos entre los que no llegaron al primer puesto (número 4 en Billboard). Dos semanas al tope en Inglaterra, puesto también ocupado en su natal Australia.

Como parámetro, Highway to Hell había vendido medio millón y For Those About To Rock, el sucesor de 1981, último producido por Lange y donde quizá la principal diferencia estaba en que cambiaron campanazos por cañonazos, vendería “sólo” cinco millones y medios. Y todos estos números sin considerar las descargas ilegales que aún proliferan.

Algunos cercanos a Scott sostienen que parte de las letras son suyas, y que nunca fue debidamente acreditado. El propio Angus dijo que sí en un par de veces, pero la mayoría del tiempo lo negó, como siempre lo hizo el propio Brian Johnson, que sigue durmiendo orgulloso de haber escrito versos como: “No luches, no pelees, no te preocupes, porque esta noche es tu turno. Dejame poner mi amor en ti, nena (…) dejame cortar tu torta con mi cuchillo”.

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