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domingo, junio 22, 2025

Milei ante la profecía del derrumbe

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Con su despliegue de voluntad y estrépito, Javier Milei se empeña en demostrar desde hace un año y medio que la Argentina cambió para siempre. El truco por momentos funciona. Dominó en minoría a un Congreso impotente, dispara decretos de ambición revolucionaria y opera sin piedad sobre estructuras del Estado que parecían sagradas. El espejismo se disipa ante el dato del riesgo país, todavía un retrato de desconfianza, y la timidez inversora de los empresarios que aplauden las reformas libertarias.

Cristina Kirchner opera sobre esa fragilidad. La prisión es una escala dramática y a la vez romántica del paulatino ocaso de su liderazgo, forjado en una colección de derrotas a las que no opuso autocrítica ni renovación. Desde 2013 perdió cinco de seis elecciones en que compitió. Su oferta al peronismo se contrajo a una epopeya de nostalgias y excusas, a la que ahora le suma la profecía del derrumbe.

“Esto se cae” y “vamos a volver” fueron las consignas que repitió en los mensajes que grabó en el encierro de Constitución. Son dos conceptos simples con los que busca, al mismo tiempo, regar la ilusión de quienes sufren por ella y el miedo de los actores económicos que conocen demasiado bien la tendencia pendular de la política argentina.

La marcha contra la condena a Cristina Kirchner, en la Plaza de MayoPilar Camacho – LA NACION

La apuesta al caos incrementa la urgencia de Milei por ganar las elecciones que vienen. Desde mucho antes de que quedara firme la condena a Cristina Kirchner por corrupción, en el Gobierno consideraban a las legislativas de medio término como la frontera que había que cruzar para que despegue el programa de transformación libertario. De ahí la obsesión por cuidar el inmenso activo electoral que significa la baja de la inflación, incluso cuando implique aceptar desequilibrios cambiarios, tomar deuda a tasas altísimas, congelar salarios y convivir con un deterioro del empleo.

“Vamos a ser creíbles cuando le mostremos al mundo que pudimos enterrar al populismo kirchnerista”, dice un colaborador cercano del Presidente. La prisión de Cristina Kirchner añade una cuota de incertidumbre a ese proyecto. Ganarle a ella “hubiera tenido más valor”, como admitió el jefe de Gabinete, Guillermo Francos. Su presencia en las boletas facilitaba la conformación de un frente antikirchnerista en la provincia de Buenos Aires, mientras que empujaba el peronismo a lidiar con una interna desgastante y sin épica.

Javier MileiSantiago Oroz

La narrativa de la proscripción le da en el corto plazo a Cristina cartas bravas en el juego peronista. Logró una centralidad absoluta que opacó a Milei durante 10 días. Juntó casi 160.000 personas en la Plaza de Mayo, algo que ningún otro dirigente podría lograr. No están unidos sino amuchados, pero aun así la posibilidad de presentar una boleta sin división y con una causa aparentemente común levanta la vara del desafío que enfrenta Milei.

Tiene que ganar una elección difícil, la bonaerense del 7 de septiembre, para evitar que se instale el fantasma de la crisis que preanuncia Cristina desde San José Once Once, como llama a su lugar de encierro en un intento de mitificarlo.

La entrada del edificio donde Cristina Kirchner cumple la prisión domiciliariaSantiago Oróz

La solidaridad con la expresidenta no alcanzó a tapar los rencores que se acumulan en el peronismo contra ella y sobre todo contra sus delegados de La Cámpora. Hugo Moyano se sacó de adentro todo su desprecio en la reunión de la CGT donde se resolvió que la central obrera no marcharía a la Plaza de Mayo el miércoles. Su postura le facilitó la decisión a otros jerarcas sindicales que valoran la llegada que tejieron con el gobierno libertario.

Hugo Moyano, en la CGTHernán Zenteno

Los intendentes del conurbano que alentaron la rebelión de Axel Kicillof contra “la Jefa” aguardan con el cuchillo en la mano a los “pibes de Máximo Kirchner” para negociar las listas distritales. Miran al gobernador con una mezcla de esperanza y sospecha. Saben que la desdicha de Cristina lo colocó en un lugar incómodo. Bajo la sombra de la traición. “Tiene que demostrar de qué madera está hecho. Si puede liderar o no”, dice un cacique el conurbano que mide a diario el carácter del gobernador.

Kicillof se diferencia con sutilezas del relato kirchnerista. Por ejemplo, culpa de la condena a Milei y no al poder empresario, con el que aspira a tender puentes de cara al futuro. ¿Podrá ejecutar ese cambio de piel en medio de la agitación reinante?

Axel Kicillof, en la manifestación en la Plaza de Mayo a favor de Cristina Fernández de KirchnerX.com

El peronismo lucha contra su tendencia al autoengaño. Es un partido que perdió el poder contra un outsider sin estructura que prometía usar una motosierra para cortar los privilegios de la “casta política”. Milei penetró en sectores populares que parecían feudos inexpugnables de Cristina y los suyos. Semejante crisis no abrió un proceso de depuración de dirigentes y de ideas. Los ensayos de autocrítica terminan en el confortable señalamiento de Alberto Fernández. Como si nadie lo hubiera aupado de su papel de gris operador a candidato a la presidencia de la Nación.

¿Puede cambiar la Argentina un partido que ha sido incapaz de cambiarse a sí mismo? ¿Qué nivel de conexión con sus representados tiene una dirigencia que ahora propone como primera medida de un hipotético gobierno futuro indultar a Cristina? Se pide al votante que ayude a solucionar los problemas de la dirigencia. Solía ser al revés.

El kirchnerismo cae a menudo en la confusión entre aparato o militancia y pueblo. Quedó en evidencia con las declaraciones repetidas entre referentes de primera línea después de la manifestación a Plaza de Mayo. Suponen un clima de rebelión popular que contrasta con la realidad de los barrios marginados, donde se sufre el ajuste de Milei pero se aprecia la previsibilidad que trajo el programa libertario.

Máximo Kirchner, obligado a ejercer el liderazgoSoledad Aznarez

Máximo Kirchner fantasea con efemérides futuras, al declarar el “18-J” como el “Día de la Dignidad Peronista”. Pero ni su sector ni sus rivales alcanzan a explicar cuál es su respuesta al drama de la inflación, que tanto daño causó en el vínculo del peronismo con sus votantes tradicionales. Tampoco se articula siquiera un debate sobre la corrupción, como si fuera un tema que solo irritara al antiperonismo.

La defensa de la inocencia de Cristina se centra en denunciar un complot político-económico que excluye la más mínima argumentación sobre la figura de Lázaro Báez, los hoteles de los Kirchner, los bolsos de José López y otros recuerdos ingratos del pasado reciente. A veces se incluye en la respuesta el listado de acusaciones sobre Mauricio Macri (el Correo, los parques eólicos). Un recurso defensivo que en España llaman “y tú más”.

Salir de la burbuja militante constituye tal vez el mayor reto de quienes aspiran a articular la oposición a Milei. La caída del empleo registrado durante el primer trimestre (con picos cercanos al 10% en el conurbano) y la fragilidad del consumo son indicadores que en tiempos normales anticiparían el triunfo de una alternativa peronista. Que ahora no sea esa la principal hipótesis es acaso el reflejo más notable del éxito de Milei en su verdadera batalla cultural, que no es luchar contra la agenda “woke” en el mundo, sino haber declarado enemiga a la inflación y hacer algo para derrotarla.

El desapego con el peronismo se agrava entre los jóvenes, a quienes los logros de “la década ganada” les resultan tan arcaicos como las bicicletas que regalaban Perón y Evita.

Cristina Kirchner dio señales de haber entendido que su partido necesita un reset en las propuestas, pero nunca actuó en consecuencia. Alentó también una renovación de liderazgos, cuando instó a tomar “el bastón de mariscal”, pero fue intolerante cuando alguno –como su criatura Kicillof- osó hacerle caso.

Ahora, condicionada por la prohibición a competir, apela a la tesis de que “el modelo se cae”. Parece improbable que ese mensaje resulte alentador para una población golpeada por años de crisis y privaciones. Dispara una pregunta incómoda: y si realmente el programa de Milei fracasa, ¿tiene este peronismo una solución a la emergencia? Menem fue el bombero de la híper de Alfonsín en 1989. Duhalde puso el bote salvavidas para la caída de la convertibilidad en 2002. Cristina armó la alternativa al fracaso económico macrista en 2019, pero el Frente de Todos resultó ser la nave de los locos que asfaltó el camino al primer presidente antipolítica.

Los movimientos de Cristina no son los de alguien que imagina un desenlace inminente. Ella necesita dar un golpe de efecto electoral para mantenerse en el juego político y conjurar los pronósticos de un final irreversible. Salir bien parada de Buenos Aires se recorta como un primer objetivo: es el bastión desde donde ancló su liderazgo nacional. Pero su fijación es octubre, donde se juega la influencia en el Senado.

Cristina Kirchner saluda desde el balcón

El kirchnerismo pone en juego 15 de sus 34 bancas y los números no vienen bien en muchas de las ocho provincias que eligen senadores este año. Un bloque como el actual le otorga un poder determinante a la hora de aprobar o rechazar designaciones en la Justicia. La posibilidad de ampliar la Corte -ambición también del mileísmo- y conseguir así en algún momento algún tipo de revisión de su condena –a lo Lula- figura bien alto en la hoja de ruta del plan “vamos a volver”.

Para Milei los dramas peronistas no ofrecen consuelo fácil. La posibilidad de una derrota en Buenos Aires sigue vigente, aun cuando hoy parezca improbable. Solo que ahora tendría una lectura casi apocalíptica, si Cristina impusiera su lógica de resistencia.

Los acuerdos se están demorando más de lo que preveía. A pesar del empeño que le pone Cristian Ritondo por pintar de violeta lo que era amarillo, la negociación se estanca. Una mayoría de los intendentes macristas sienten que la oferta de la Casa Rosada es mezquina y que solo busca fagocitarlos. El propio Macri envía señales de rispidez.

Cristian Ritondo, en un acto en La PlataIgnacio Amiconi – LA NACION

A Milei lo enardeció una publicación de la Fundación Pensar –el think tank del Pro- que esta semana trazó una mirada muy crítica de la gestión libertaria.

El documento resalta la ausencia de “anclajes institucionales” sólidos y denuncia la inercia del “péndulo argentino”, que provoca giros de 180 grados en las políticas de gobierno. Recuerda que se incumplió con las metas de reservas comprometida con el FMI, incluso en el período de mayor abundancia por la liquidación de la cosecha gruesa. Menciona que muchas actividades productivas enfrentan problemas de competitividad, que el poder adquisitivo de las familias ha caído, que no se han privatizado las empresas señaladas en la Ley Bases, que solo se recuperó el 15% de los empleos privados perdidos por el ajuste. Y cuestiona el “alineamiento ideológico rígido” y las “confrontaciones innecesarias” en política exterior. Solo les faltó decir que al préstamo del FMI se lo están fumando los hinchas de Boca en Miami.

La respuesta de Milei fue a lo Milei. Acusó al gobierno de Macri de haber “interferido en las instituciones” en relación con la situación judicial de Cristina (lo acusó de haber querido salvarla, en contra de lo que ella denuncia). “Cuando tuvieron que estar en el poder, a las instituciones las dejaron de adorno”, dijo. Añadió que “no lograron estabilizar la economía” y que amplificaron el déficit fiscal, entre otras cortesías.

Las declaraciones de Milei contra Pichetto y el macrismo

Cerca del Presidente crece la convicción de que La Libertad Avanza debe cortar lazos con el macrismo y afianzar la nitidez de su propuesta. Pero la amenaza de un peronismo unificado agita el temor de una derrota si fuerzan una fractura con sus potenciales aliados.

El radicalismo, muy fuerte en al menos tres de las ocho secciones electorales de la provincia de Buenos Aires (la cuarta, la quinta y la séptima), coquetea con la idea de reflotar lo que fue Juntos por el Cambio al menos en algunos territorios.

Mientras Cristina ofrece la angustiante esperanza del derrumbe, Milei se ilusiona con la hegemonía y la ensoñación de un “imperio libertario”. La disyuntiva se dibuja delante de sus narices en el inicio del invierno y con las elecciones recortadas en el horizonte. Jugarse un pleno a la boleta monocolor o encarar la aventura ñoña de negociar un pacto y aceptar, por una vez, la herejía del matiz.


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